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No me des las gracias

Posted By on 18 marzo, 2010 in Extraconfidencial | 0 comments

Jueves, ocho de la tarde. Todavía  es pronto para ver la claridad del atardecer y la luz artificial que se funde con la luz natural de la prácticamente inexistente puesta de sol en Madrid. Todavía la noche y el frío nos envuelve con su velo gélido y negro. Carabanchel Bajo, Albergue de San Martín de Porres. Tras una ventana con una reja blanca, Ramiro va tomando nota de los que llegan y controlando los que faltan. Camas asignadas con un número, como si de otra cosa habláramos que no fueran personas. Llega Don Fernando, también Petrica, y Samuel, todavía no ha venido Omar… A las nueve se cierran las puertas y el que se quede fuera, no cena. Esta noche toca cocido. Llega de un hotel de Madrid. Todos los jueves lo trae este hotel y todos los jueves toca cocido. Primero sopa y luego todos los avíos… en la cocina huele que alimenta. Se corta el pan, se preparan las mesas, el postre en una bandeja y las jarras de agua. Todo está dispuesto. Y se encienden las luces. Empiezan a entrar hombres de todo tipo, más morenos y más blancos, más altos y más bajos, más gordos y más flacos, más jóvenes y más viejos, pero todos con una condición, hombres sin techo, hombres que no tienen dónde dormir, no tienen dónde cenar, no tienen un plato caliente que les espere en un cálido hogar, ni una mano amiga o familiar que haya cocinado para ellos. Han tenido suerte porque tienen algo que cenar y donde dormir esta noche, y lo tendrán durante un tiempo, hasta que la asistenta social del albergue los reubique o les busque un trabajo. Es difícil pero, a veces, la sociedad les da una oportunidad y pueden reinsertarse.

Se reparte la comida y los ojos se les van detrás del pan, comen con la vista y piden más, por si acaso mañana no hubiera que echarse a la boca. Los hay descarados, más educados, a los que les gustan las broncas y también tímidos. Te hablan con la mirada. Los hay avergonzados de su situación y a penas te miran ni levantan la cabeza. Los hay agradecidos y desagradecidos. Pero todos bajo una misma condición. Sin techo. Algunos tienen incluso trabajo, pero no tienen dónde dormir. Otro lleva 20 años, tiene mujer e hijos pero mañana no recibirá la llamada de nadie para felicitarlo por el día del padre porque no se acuerdan de que existe, no se acuerdan de él. Él silba, quizás para hacer que el tiempo pase más rápido o esperando algo que nunca llega ni llegará o quizás silbe para disimular su condición de no ser nadie ni tener a donde ir.

El perfil de pobre ya no es lo que era. Ha cambiado bastante. Ahora lo que predominan son hombres jóvenes, separados, que han sido mal tratados por la justicia y se han quedado en la calle mientras sus mujeres se quedaban con todo y se han visto obligados a solicitar esta ayuda. Si no la tuvieran, tendrían que dormir en la calle. Hay algún que otro drogadicto, alcohólico, abogado o empresario venido a menos, tan a menos que, de haberlo tenido todo, ahora no tiene nada.

Han pasado veinte minutos y ya están recogiendo. La cena ha sido rápida pero intensa. Mientras se lavan y enjuagan platos, vasos y cubiertos, un grupo se queda limpiando el comedor. El resto se retira a la sala de televisión porque hay fútbol. Otros prefieren entretenerse un poco en la sala de ordenadores y otros, se van a dormir. Habitaciones de seis, somieres y colchones, mantas descolocadas, olor a mezcla de razas. Descansad porque a las nueve de la mañana el desayuno os empuja a un nuevo día en la calle, haciendo no se qué, esperando que pase el tiempo, que lleguen otra vez las 6 de la tarde y Andrés vuelva a abrir las puertas del albergue. ¿Qué harán los que no tienen nada que hacer? A algunos podría habérmelos cruzado por la calle y jamás hubiera jurado que fueran “sin techo”.

He visto la tristeza, la pobreza y la soledad en sus ojos. También la esperanza y el agradecimiento. ¡Y nos preocupamos por otras personas que no merecen la pena! ¡Qué fuerte! ¡Qué vida más injusta!

 

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