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Semana de pasiones y emociones

Posted By on 31 marzo, 2010 in Extraconfidencial | 0 comments

Si pueden, antes de empezar a leer estas letras, busquen la marcha Madre Hiniesta de Manuel Marvizón, del álbum Azul y Plata, con la Orquesta Sinfónica de Bratislava. También Candelaria o Gran Poder, del mismo álbum y mismo autor. Y si no, cualquier marcha de Semana Santa es buena, todas son especiales y conmovedoras.

Estamos en una época del año especial para muchos. Mucha gente espera con ilusión y nervios la llegada de la Semana Santa. Tanto es así que, en algunos sitios, desde hoy, ya tienen un calendario contando los días que faltan para la del año que viene. Otros esperan estas fechas con la desesperación de coger unos días para realizar un viaje familiar a algún lugar del mundo. Y los hay quienes se van con amigos a esquiar, es muy típico también. Pero lo tradicional de verdad es visitar algún lugar de España en los que se viva la religión con fervor y pasión. Hay muchos y muy buenos por todos los rincones.

Conozco varias, similares pero distintas. No haré distinción porque todas son buenas en su esencia. Espectaculares en su forma. Emotivas en sus maneras. Es emocionante y vibrante, ya no sólo como creencia sino también como espectáculo. Nunca he visto a tantos hombres y mujeres volcados por una misma pasión. Emocionados por una sola imagen. Con tanto sentimiento y tanta ilusión y tanta pena a la vez. Afloran sentimientos, emociones y recuerdos. Hay que vivirlo y sentirlo para poder explicarlo y, a veces, es difícil expresarlo con palabras.

Pétalos que bañan como una ducha de agua caliente aromática las imágenes. Costaleros y hombres de trono que no sienten dolor ni cansancio. Mujeres vestidas de mantilla enlutando las calles. Nazarenos haciendo penitencia. Bandas de música que tocan marchas impresionantes, que envuelven la escena y conmueven. Madre Hiniesta y Candelaria son mis preferidas, bueno, todo lo que haya creado el gran Manolo Marvizón me conmueve de una manera especial. No puedo evitar emocionarme, incluso no estando donde debería estar, donde me gustaría estar, es imposible evitar que alguna lágrima me asome escuchando su música. Gente anónima descalza tras una imagen por alguna promesa por conceder o ya concedida. Aguadores que sacian la sed de los que llevan a Jesús a cuestas. No hay mayor honor para un cofrade que ser vestidor de una Virgen. Son tantas las personas que hay alrededor que hacen que sea un espectáculo maravilloso que es imposible nombrarlas a todas. Hasta el que llora en la esquina de una calle al ver pasar un palio forma parte de esta estampa impresionante y conmovedora.

Y si hablamos de llorar, se llora por esto, por ver pasar un palio. Se llora porque hay amenaza de lluvia y puede que la hermandad decida no sacar sus pasos. Y si la amenaza de lluvia se hace realidad no digamos las lágrimas que caen, las mismas que gotas caen del cielo. Se llora al ver un paso entrar o salir de una iglesia. Al oír cantar una saeta desde un balcón o a pie de calle. Se llora al ver al Cautivo por la Alameda con su túnica blanca ondeando al viento. Se llora al ver salir a la Macarena de su basílica. Al igual que cuando sale La Paloma de su casa de hermandad, o los Estudiantes. Y al ver a la Esperanza de Triana pasear por Campana. Incluso se llora viendo a Jesús Despojado recogerse. De madrugada también se llora, al ver regresar a su casa a La Candelaria, con toda su candelería derretida ya y agotada por tantas horas en la calle. Y “El Abuelo”, en esa Plaza de la Catedral dónde no cabe ni un alfiler. Y cada vez que sale y entra un paso, esas maravillosas bandas tocan el himno de España. Hay que vivirlo para sentirlo y emocionarse. Aunque no se crea ni se tenga fe, es emocionante, se lo aseguro, y si se vive desde la fe, ni le cuento.

El olor a incienso inunda las calles. En algunos sitios huele también a azahar. A cera derretida. Y todo esto, mezclado con el olor a azúcar y canela de los deliciosos dulces típicos; pestiños, flores, rosquillos, torrijas y tantos otros que hay por toda nuestra geografía. Recetas que van pasando de madres a hijas y que ya eran de nuestras abuelas. Tradiciones que no se pierden porque se viven desde el alma, con sentimiento y pasión. Las cosas que se viven  así, nunca pasan y no se pierden, perduran toda la vida.

 

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