Ayer se estrenó, para la prensa, “Matilda. El musical”. Convocados en el Teatro Nuevo Alcalá, asistimos a un espectáculo digno de los grandes musicales. Buenísima puesta en escena, divertido, un poco largo si tenemos en cuenta que está dirigido también a los más pequeños, pero muy entretenido. En definitiva, un buen plan para disfrutar en familia. Lo más sorprendente es la grandiosidad de los críos. Pequeños actores, cantantes, bailarines y lo que les echen. Son increíbles. Se mueven por el escenario como grandes profesionales, proyectan sus voces infantiles como adultos e interpretan como lo hacen en Broadway. Si puede ir a verlo, no se lo pierda porque es fascinante. Pero, cómo no, siempre me tiene que pasar algo y es lo más común cuando voy a este tipo de eventos: sentarme al lado de “personajes”. Unas veces son los que no paran de moverse, otras los que salen varias veces al baño, otras los que comen palomitas como si no hubiera mañana y, esta vez, la pareja mayor que no para de comentar todo lo que pasa sobre el escenario. Cuando digo todo, es todo. La vestimenta exagerada del bailarín, la maldad malísima de la profesora, la crueldad de los padres… todo. ¡Incluso gritaban a los personajes si tenían que correr o eran malos! Como si estuvieran viendo una película en el salón de su casa, solos, y creyeran que lo que pasa sobre el escenario es verdad. Me reí mucho, muchísimo, hasta el punto de llorar con sus comentarios. Esta vez, los de al lado, fueron entrañables.
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