CarlotaLucas y Lucía tienen cáncer. A pesar de su corta edad, la vida, en lugar de premiarles, les ha dado una infancia difícil y dura. Carlota tiene 3 años y Lucas 4.  Ellos no saben que hay otros niños que tienen una vida normal porque no les ha dado tiempo a comprobarlo. Tampoco saben que existen otros padres con vidas diferentes, que no están todo el día con sus hijos y que se ausentan para trabajar o tener una vida social que los suyos no tienen. Y no lo saben porque están hospitalizados en la planta de oncología infantil de La Paz y allí son lo felices que se les permite ser. Es más, ni si quiera saben lo que les pasa exactamente. Reciben clase por la mañana, tienen talleres de juegos con voluntarios por la tarde, y están siempre rodeados de sus familiares. Cariño es lo único que les sobra, enfermedad también. Lucía es algo mayor, por ello es más consciente de su situación y quizás, de ahí, sus preciosos ojos tristes.

Miedo que se convierte en emociones

Confieso el miedo al primer contacto; miedo a no saber qué decir, a meter la pata con ellos o con sus padres, a sus reacciones, a no estar a la altura. Pero las ganas y la ilusión vencieron al miedo y se convirtió en un torrente de emociones contenidas difíciles de explicar. Hay que vivirlo. Una vez allí, lo primero que se capta es la naturalidad, el amor y el cariño que emana de todos los adultos que pisan la sexta planta para hacerles la vida más agradable a estos ángeles. Detrás de cada una de las 17 puertas de las 17 habitaciones de esa sexta planta hay una historia diferente, con un niño diferente, con una familia diferente pero unidos por el mismo drama.

Los dibujos inundan las paredes, sus nombres en cada puerta llenos de colores alegran la vista y el alma. Pero detrás de esa alegría forzada hay una pena y una lucha diaria, un “por qué a mi hijo” que no tiene respuesta. Sus pequeños ojos tienen una pizca inevitable de tristeza, pero también desbordan una inmensa esperanza y vida. Vida y esperanza, es a lo que hay que aferrarse. La palabra cáncer asusta pero les aseguro que en esa planta de oncología la vida, la esperanza y la ilusión está por todos sus rincones. Sin olvidarnos de las ganas de que todo acabe pronto.

La luz entra por las ventanas del hospital como soplo de aire fresco, acompañado de maravillosas vistas de Madrid, que animan bastante el ambiente diario de estos niños que nos enseñan sin cobardía ni temor sus calvas cabezas, con o sin pañuelo, y con la mirada más limpia que jamás haya visto. Nosotros también podemos aportarles un poco de luz a sus vidas distorsionadas. Entre todos podemos sacarles una sonrisa y hacerles la vida un poco más feliz durante su enfermedad. Colabora a través de www.rosanaguiza.com

Gracias en nombre de los niños con cáncer.