Hace dos días fue el Día Mundial del Alzheimer y os voy a contar una cosa sobre esta enfermedad. Antes del verano visité, en una residencia, a una persona muy apreciada. Está allí de manera circunstancial, hasta que se reponga de un susto que le ha dado la vida. Al entrar, mientras le esperaba en el hall, presencié una escena que me rompió el corazón. Una mujer de unos 75 años en silla de ruedas, con Alzheimer y su marido sentado al lado, en una butaca. Él le acariciaba la cara y le decía lo bonita que era, lo guapa que estaba y cuanto la quería. “Eres el amor de mi vida”, “amor mío, cuanto te quiero”, “¡pero cómo eres tan guapa y tan bonita!”, “te quiero con toda mi alma”. Estas frases las repetía sin parar, una tras otra, así durante los diez minutos que estuve esperando. Sin pudor ni vergüenza le acariciaba la cara y el pelo con una mano, mientras con la otra agarraba la suya. La colmaba de amor y ella se dejaba querer. La recepcionista, al ver mis lágrimas, me contó que ese hombre iba todos los días a visitar a su mujer y todos los días presenciaba la misma escena. Ella, absorta en su mundo, recibía aquellos halagos sin saber quién era él ni por qué le decía todo eso. Qué duro tiene que ser vivir sin recuerdos, sin saber quién eres ni quienes son los que te rodean, sin saber el amor que has dado ni el que has recibido. Desolador, no sé si para el que la padece, que no sé si se entera o no, pero seguro que sí lo es para el que está al lado. Los que cuidan, los que siguen ahí al lado, sin condiciones, a pesar de no ser reconocidos por estas personas que viven en un limbo obligado, privados de sus recuerdos, esos son los héroes de estos ángeles desmemoriados.